GARCÍA-BARÓ LÓPEZ, MIGUEL
Prólogo, de Javier Gomá Lanzón El décimo mandamiento y el pecado originalLa fenomenología de la avaricia en la Ética nicomáquea, de Aristóteles, y en los prolijos y exactísimos comentarios de santo TomásLa avaricia en el Infierno y en el PurgatorioLos antiguos deben de haber sido menos avaros, pero no menos fenomenólogosLos seres humanos suelen jactarse de sus viciosLos monstruosLa serena desesperanzaLa serena distancia
Hay uno entre los pecados capitales tradicionales que quizá no debería figurar en la lista, porque muchas personas no lo han experimentado. Es capital, sin duda; pero no tan general como la soberbia, la lujuria, la gula o la envidia. La avaricia, en efecto, no es simplemente el deseo de posesiones, bienes, dinero, honras; hasta ahí se trataría más bien de codicia, no en el sentido original que tenía la cupiditas latina, sino entendida como solemos hoy en español: como un ensayo más o menos serio de empezar a ser avaro. La avaricia es más bien, como dice santo Tomás, immoderatus amor habendi; y esa inmoderación solo puede albergarla el que la está realizando.