Hoy parece surgir un nuevo paradigma que apunta a las relaciones, a caminar juntos, al encuentro y la acogida mutua más allá de todas las fronteras. Esto abre nuevas perspectivas, y sus frutos inéditos se ven como una evolución que no surge de los cambios en el código genético, sino de establecer relaciones diferentes, abiertas y creativas que miran hacia el futuro: entre generaciones, en educación, en pastoral, entre comunidades, pero también en el mundo de las redes sociales, entre Iglesias y religiones y en la relación con la creación. Los jóvenes de nuestro tiempo tienen una vena antiinstitucional, como en todos los tiempos, pero precisamente por esta razón son capaces de novedad creativa; liberan a los adultos de lo que puede haberse convertido en ritos vacíos o fórmulas abstractas, para volver a lo esencial y encontrar la dimensión existencial. Son una llamada constante para que el Pueblo de Dios se renueve a partir del Evangelio.
De ahí puede nacer, y ya está naciendo, un nuevo encuentro de los jóvenes con la Iglesia. No es casualidad que el Documento final del Sínodo declare que «los jóvenes son uno de los lugares teológicos donde el Señor nos da a conocer algunas de sus expectativas y desafíos para construir el mañana» (n. 64).