AGUSTÍN, SANTO, OBISPO DE HIPONA
San Agustín supo defender, como nadie lo ha hecho, la libertad del hombre y la gracia de Dios en una «polémica considerada la más importante y dura hasta la Reforma» (De Plinval). Este volumen XXXVII, como los anteriores antipelagianos (vol. VI, IX, XXXV, XXXVI), es un ejemplo muy aleccionador de apertura y de fidelidad hasta el final de su vida. En este momento la dureza polémica de Juliano se había centrado en dar razón del origen del mal en el mundo con acusaciones furiosas de maniqueísmo en algo tan fundamental y serio para la vida y fe cristianas como el pecado de Adán, la gracia, la mediación y la liberación de Cristo. Llama la atención la insistencia y la profundidad con que San Agustín defiende el libre albedrío del hombre y la necesidad de la ayuda especial de la gracia, porque, como él dice, todas las obras buenas y hasta los mismos méritos del hombre son dones de Dios.
Contra el optimismo pelagiano del paraíso de la vida presente, con sus males y miserias considerados naturales, San Agustín recuerda hábilmente la doctrina manquea, demostrando que con esa teoría, tan en boga también hoy, los pelagianos de todos los tiempos son los verdaderos maniqueos. Observación muy oportuna que conviene recordarla, porque, como entonces, la gran cuestión de siempre para el hombre está centrada en la relación entre la naturaleza y la gracia.
San Agustín ofrece a todos en estos escritos la expresión teológica y el reflejo fiel de la experiencia de su propia conversión.
Este volumen XXXVII recoge los libros cuarto, quinto y sexto de Juliano. En ellos San Agustín, al refutarlos, profundiza sobre la concupiscencia de la carne, sobre el vicio del pecado y el modo de su transmisión, sobre la necesidad de la regeneración y sobre el abuso que Juliano hace de los textos apostólicos y evangélicos; sobre el origen del mal, sobre la naturaleza humana, viciada de tal modo que contagia a sus descendientes; sobre la penalidad o reato del pecado. Defiende así brillantemente la verdad contra cualquier empeño traducianista y maniqueo del incorregible Juliano.